Quince.

 Por cosas obvias la muerte aparece siempre frente a mi rostro. Aveces se me presenta de forma explícita y traumante. Otras tantas oscila en los ojos de quienes habitan el luto.

Hace unos días la Deborah murió entre mis manos, su final estuvo cantado por un grito gutural que lanzó al mundo, erizando mi piel. Su cuerpo blando se escurría por entre mis brazos, sus garras no salieron para hacerle burla a la gravedad. Cerré sus ojos que negros completos reflejaban la falta de pulso; la falta de voluntad de sus párpados para cerrarse casi me hizo olvidar la infección de sus ojos que le acompañaba siempre. 

Gritos, llanto y un cuerpo sin vida llenaron la habitación. Acariciar hasta que se ponga fría, acariciar hasta que ya no quede calor de su vida.

Las pulgas ingratas ya no necesitaban de su huésped, sabias quizás son, por no beber sangre muerta. Iban saliendo, una por una del fondo de su pelaje quiltro, esas pecas pequeñas que brillan y saltan. 

Debajo del granado un hoyo se cavó, su cuerpo envuelto en una polera blanca se dejó, unas flores aromáticas del huerto le acompañó y la tierra fértil, liviana y esponjosa la enterró.

Nos quedamos en silencio, escuchando nuestro llanto y el del resto. 

'Ya lo ves, la vida es así, tu te vas y yo me quedo aquí'

Luna nueva en piscis.



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