veintidos.

 me invitas a comer flores de romero.  son tan preciosas, pequeñas y violetas, de un sabor sutil que me impresiona.  de lo grande e incomoda que me siento con el cuerpo, flasheo que soy como la mano torpe y grotesca que se acerca a la delicada flor para arrancarla de un tirón, extirpando sus petalos, pistilos y antenas, acto seguido se la mete salvaje a la boca, que suena tanto al intentar morder esa pequeñez de sabor. Se me escapan las exageraciones y ya no quiero intentar comer. 


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