Cincuenta.

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Mis ojitos cansados del llanto

Salen a mirar los enclenques rayos del sol

Este invierno a sido caluroso

Aunque la nieve se haya derramado debajo mis frazadas

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Una alfombra morada se esparce en mi muslo, la sangre muerta se asoma y me regaña. Eres una estupida, una ridícula enferma, que no te preocupas de este organismo vivo que te sostiene a diario, que te hace poder existir.

Un piquete, un punto de sangre, cerca de la rodilla me recuerda la pena, esa que estuve bombardeando contra mi misma. En vez de comprender o tirar charchazos, solo hubo consensos con todo, y fui yo quien se llevó la fiesta de la desgracia

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